sábado, 31 de marzo de 2012


Una chiringa especial
© Andrés Díaz Marrero

Andresito había salido a volar su chiringa. Aunque había invitado a varios de sus amigos ninguno pudo acompañarle por estar ocupados en otros menesteres. Era una tarde cálida de primavera con una brisa agradable y un cielo despejado, salvo por algunas nubes que galopaban de norte a sur proyectando parches de sombras sobre la colina.
Andresito impulsó su chiringa corriendo contra el viento y ésta comenzó asubir con facilidad. En poco tiempo había logrado elevarla. La buena brisa que soplaba le permitió encampanarla en un dos por tres. ¡Cuánto gozaba viendo a su chiringa flotar en lo alto! Le había soltado todo el hilo, y ésta se veía como un hermoso y brillante pajarito con rabo largo y ondulante.
De pronto, notó que algo extraño pasaba. La chiringa había sido rodeada por un grupo de nubes que la tapaban completamente. Sintió que ésta se había enredado en algo. Pero, no podía ser. No habían pájaros ni otras chiringas en el cielo. Nadie más estaba en la colina sino él. Haló el hilo para bajar su chiringa y comenzó a enrollarlo en el carrete. El hilo se había puesto tenso y ofrecía cierta resistencia. Decidió entonces poner más fuerza al halarlo, y comenzó enrollarlo con más rapidez.
Entonces vio que la chiringa traía algo brillante enredado en su rabo. Entre las nubes que momentáneamente la habían ocultado descansaba desprevenido un pequeño arco iris. El rabo de la chiringa lo había atrapado sin querer. Y como era un arco iris liviano y pequeño no pudo soltarse y escapar.
Antes de que el arco iris tocara el suelo, Andresito lo tomó en sus manos y comenzó a desatarlo. El pobre arco iris estaba asustado. Cuando terminó de soltarlo abrió sus manos y lo dejo ir. El arco iris se alejó un poco y desde una prudente distancia le dio las gracias. Pasó por el lado de la chiringa que descansaba en la falda de la colina y le dio un beso. Luego se impulsó con gran velocidad hacía el grupo de nubes en la cual había estado descansando. Desde allí le sonreía a Andresito mientras hacía brillar todos los radiantes colores de su cuerpo. Las nubes empujadas suavemente por la brisa se alejaron llevándose con ellas al pequeño arco iris.
Andresito recogió su chiringa y partió de regreso a su casa. Sus amigos al verlo llegar lo saludaban asombrados. Venía cargando una chiringa hermosa, con unos colores chispeantes jamás vistos, y con una enorme sonrisa de satisfacción y alegría en su rostro.

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