jueves, 29 de marzo de 2012

El Bosque de Nunca Saldrás

Hola Amigos, Bienvenidos al "Bosque de Nunca Saldrás" (Autor: José L. La Torre)
Voy a contaros la historia de Manolito, un pequeño personaje que vivía entre los tallos de las flores. Como habéis adivinado, Manolito era un duendecito, pequeño y travieso al que le gustaba mucho jugar con los animalillos del lugar. Una mañana se despertó sobresaltado por el ruido que habían hecho las hojas al crujir. No era normal que a esa hora paseara nadie por el bosque, y decidió investigar. Saltó de las hojas de una amapola en la que había pasado la noche, y se dirigió hacia las raíces de un viejo pino donde se subía para poder ver el bosque con mayor facilidad.
- Pero, ¿qué es eso que se mueve entre las flores?, se preguntó. Y mientras tanto veía como de entre las margaritas asomaba una pequeña carita asustada. ¿Quien eres?¿Tú no vives aquí? No te conozco, dijo con sorpresa.
- No, no soy de este bosque; he venido con mi mamá a recoger moras para hacer un pastel para mis hermanitos, y he debido alejarme demasiado y ahora no se volver, contestó el sorprendido visitante.
- ¿Cómo te llamas?, le preguntó Manolito.
- Soy Bani.
Bani era un linda ardillita que vivía en un bosque cercano. Había pasado la noche sola, y tenía hambre y frío. Además estaba muy preocupada porque había desobedecido a su mamá, y se había perdido. Hasta ese momento no había sabido lo que era estar sola, ya que vivía con sus papás y su seis hermanitos.
- ¿Donde estoy?, le preguntó a Manolito
- En el Bosque de nunca saldrás.
- ¿De nunca saldrás?, ¿Porqué se llama así?
- Porque todo el mundo puede entrar, pero nadie puede salir. ¿Sabes?, es un laberinto , y el único que conoce el camino de salida es Bruno, un viejo lobo que domina a todos los animalitos que vivimos aquí. Yo nunca le he visto, pero me han contado que tiene la boca tan GRANDE que podría comernos a tí y a mí de un solo bocado. Por aquí le tenemos mucho miedo, y cuando merodea todos corremos para escondernos de él. Dicen que hace mucho, cuando era joven, vivía con una loba, y sus cachorrillos, pero un día vinieron los hombres y se los llevaron para hacer abrigos de piel, y fue a partir de ese momento cuando decidió que nunca jamás volvería a salir nadie de este bosque sin su consentimiento.
Bani se echó a llorar. Nunca más volvería a ver a su familia. Le había salido muy caro alejarse de su mamá.
- No llores, le dijo Manolito. Yo te acompañaré a la guarida del lobo, y juntos le preguntaremos el camino para regresar a tu casa.
De esta manera comenzaron a caminar por el bosque. Manolito le iba presentando mientras tanto a todos los animalitos y plantas que se iban encontrando, como mamá castor, papá buho, los patitos, el árbol del oráculo, o la señora rana y el señor sapo. Todos intentaban consolar a Bani, pero ninguno lo conseguía. Fué Gúmer, el hijo de la señora pájaro carpintero, el único que conseguió sacarle una sonrisa, cuando con su pico le tocó por encima del lomito. Como el camino era largo, tuvieron que parar para comer. Las ardillas del bosque de nunca saldrás le ofrecieron a Bani un poco de su comida para que cogiera fuerzas y pudiera continuar el camino sin problemas. Por fin, llegaron al centro del bosque antes de caer la tarde. Allí, delante de sus ojos vieron la guarida del lobo.
- ¿Tú crees que tendremos suerte?, le dijo Bani a Manolito. Tengo mucho miedo.
- No te asustes, Bani. Muchos animales del bosque dicen que Bruno no es un lobo malo, sino que sólo tiene mal genio. Venga, vamos a llamar a la puerta.
Según se iban acercando, vieron cómo encima de ésta había un cartel que decía "dar sólo dos golpes". Y así fue. Golpearon la puerta con fuerza, pero sólo dos veces.
...¡¡pon!! ...¡¡pon!!...
y desde dentro se oyó una voz ronca y grave que decía..
- ¿Quién ha osado molestar mi descanso?
Manolito y Bani observaron como se abría la gran puerta a la vez que sonaba un chirrido escalofriante, y no pudieron esperar. Presos del pánico corrieron y corrieron hasta llegar al tronco de un viejo abedul que les cobijó amablemente. Fue allí cuando Manolito se acordó que era un duende y que en su sombrero de copa llevaba unos polvitos mágicos que podían ayudarles.
De esta manera, y con la ayuda de los polvitos, crecieron y crecieron hasta hacerse del tamaño del lobo. ¡Qué bien! Ya no podría asustarles.
Emprendieron el camino de regreso, y cuando llegaron a la puerta volvieron a ver el cartel que decía "Dar sólo dos golpes". Y así lo hicieron de nuevo. Golpearon la puerta con fuerza, pero sólo dos veces.
...¡¡pon!! ...¡¡pon!!...
y desde dentro se oyó otra vez la voz ronca y grave que decía..
- ¿Quién ha osado molestar mi descanso?
Pero esta vez, mientras se abría la puerta, Bani y Manolito permanecieron impasibles. Su nuevo tamaño les daba seguridad.
- Hola señor lobo. Venimos a pedirle un favor. Mi amiga Bani, que es de otro bosque, se ha perdido. Salió a coger moras con su mamá y sin darse cuenta se metió en el bosque de nunca saldrás, y ahora no sabe volver. ¿Sería usted tan amable de ayudarnos a encontrar el camino?. En el bosque se dice que es usted el único que conoce la salida.
- ¡Uhmm! Sois muy atrevidos. Os ayudaré. Pero antes tenéis que resolver esta adivinanza.
Blanca y redonda es,
de noche sale,
en el cielo se pone
para ayudarte.
Mientras pensaban en la respuesta se alejaron de la guarida del lobo. Tenían dos posibilidades.
- ¡una estrella!
- ¡la luna!
!Es la Luna ! Gritaron los 2 al mismo tiempo. ¡Qué ilusión! Habían acertado. Tanta fue la emoción, que corrieron como locos hasta la puerta de la guarida del lobo, y no se fijaron en el cartel que decía "dar sólo dos golpes", y llamaron sin cesar, esperando que Bruno saliera a indicarles el camino de regreso al Bosque de Bani.
.. ¡¡pon!! ..¡¡pon!! ..¡¡pon!! ..¡¡pon!! ..¡¡pon!! ..¡¡pon!! ...
El cartel ya lo avisaba claro. No se podía golpear la puerta más de dos veces, porque si no, se despertaría el dragón de las dos cabezas, que llevaba dormido muchos años. Y así fué. Tanto ruido hicieron que éste se asomó a la puerta y comenzó a echar por su boca chorros de fuego.
Pero Bruno, el lobo bueno, no podía permitir que sus dos nuevos amigos tuvieran problemas. Así que se lanzó al cuello del dragón, y tras una acolarada pelea consiguió reducirle a cenizas, eliminando para siempre al dragón del bosque de nunca saldrás.
- Muchas gracias Bruno, dijo Manolito. Nos has salvado la vida. Ahora le diremos a todo el mundo que eres un lobo bueno, y que no deben tener miedo de tí.
- Sí, muchas gracias, asintió Bani.
- Ha sido un placer, amigos míos, contestó Bruno, y con cierta tristeza añadió, os ayudaré a encontrar el camino de salida del bosque de nunca saldrás.
Y dicho y hecho. Emprendieron de nuevo camino por el bosque, saludando a todos los animalitos y plantas que se cruzaban en su camino, hasta que por fin llegaron a la salida del bosque de nunca saldrás. Bani sólo tenía que cruzar una línea imaginaria, y aparecería en su bosque, donde la estaban esperando su mamá y sus hermanitos para comerse la tarta de moras. Pero Bani no estaba segura..
- Amigos, ahora que por fin hemos llegado no sé si quiero irme. Sois mis mejores amigos, y estoy muy a gusto con vosotros, no sé que hacer, dijo Bani.
- Debes volver con tu familia, Bani. Eso es lo más importante del mundo, le indicó Bruno. Además, a nosotros siempre nos tendrás en el bosque de nunca saldrás.
Bani reflexionó y decidió acudir al encuentro de su mamá, pero justo antes de cruzar, oyó a Manolito que entre lloros le gritaba,
- Bani, Bani, ¡no puedes irte así!. Recuerda los polvitos mágicos.
Era verdad, tenían que echarse otras vez los polvitos para volver a su tamaño natural, si no, qué susto se iba a dar su familia. Manolito sacó de nuevo de su sombrero de copa los polvos que les devolverían a su tamaño primitivo, poniendo fin a esta aventura.
- Adios Bani, no te olvides de nosotros, le dijo Manolito.
- Siempre os llevaré en mi recuerdo, gritó Bani mientras cruzaba la línea imaginaria y desaparecía delante de sus ojos.
A partir de aquel momento, Manolito y Bruno se hicieron muy buenos amigos, y todos los animalitos del bosque supieron que Bruno no era un lobo malo, y que por fín se había encontrado el camino para salir del "bosque de nunca saldrás".
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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